miércoles, 29 de noviembre de 2006

El anarquismo sin capucha.

Alianza Derecha / Concertación han tenido éxito en presentar a los anarcos como unos vándalos, anulando así el peligro que este pensamiento representa para el status quo.

Desde hace algún tiempo la palabra anarquía viene apareciendo continuamente en los medios de prensa, ligada a marchas y protestas en donde se han producido actos de violencia. El gobierno y los periodistas han tildado de “anarquistas” a los protagonistas de tales manifestaciones, manejo mediático que le sirve para ocultar su “cacería de brujas” en contra de quienes se aburrieron de vivir en un sistema que los perjudica y excluye. Cabe preguntarse más en serio quiénes son realmente los anarquistas.

Para comenzar nos remontaremos al origen de la palabra anarquía. Ella deriva de un prefijo griego que significa “sin”; y la raíz del verbo”gobernar”; por lo tanto, etimológicamente la palabra anarquía quiere decir “sin gobierno”, o más bien “sin autoridad”. Esencialmente preconiza la modificación radical de las actuales modalidades de organización social, las que, históricamente, sólo han acarreado injusticia, sufrimiento y miseria a la humanidad. El anarquismo aspira a suprimir todas las formas de desigualdad y opresión vigentes, a las que considera responsables de estos males, sin por ello reducir la libertad individual.

Algunas ideas anarquistas pueden ser atribuidas a filósofos griegos como Zenón, quien proponía una comunidad libre, en oposición a lo expuesto por Platón en La República. En obras literarias del renacimiento Italiano también podemos encontrar algunas de las concepciones que promueve el anarquismo moderno, como la plena posesión de los derechos individuales. Pierre-Joseph Proudhon, el primer individuo en llamarse a sí mismo "anarquista", abogaba por una economía de mercado basada en el intercambio de productos, cuyo valor estaría determinado por el costo invertido en su producción.

El anarquismo moderno proviene de una línea de pensamiento basada en una sociedad sin autoridad impuesta. Entre sus distintas vertientes es posible mencionar el humanismo, el iusnaturalismo, la no violencia activa, el mutualismo, el anarcofeminismo, y desde el anarcoindividualismo de Stirner hasta el anarcosindicalismo de Bakunin.

La historia del anarquismo moderno ha estado ligada a represiones y guerras tendientes a liquidar estas experiencias. Es el caso de los soviets ucranianos (revolución makhnovista), los cuales, al negarse a ser anexados al gobierno bolchevique ruso, fueron cedidos por Lenin a austriacos y alemanes, quienes saquean el país; los afectados deciden crear las guerrillas libertarias, las cuales, paradójicamente, años después se unen al ejército rojo para detener la invasión alemana, la cual logran derrotar. Con posterioridad son traicionados, asesinados y perseguidos por el régimen ruso.

Otro ejemplo se vivió durante la revolución Española de 1936, donde industrias, hoteles y todo tipo de fábrica fue colectivizada y manejada por sus propios trabajadores; este fenómeno abarcó cerca del 75% de la España que no estaba bajo control socialista (Aragón y Cataluña). Siguiendo el ejemplo de la comuna de París, las comunas españolas hicieron suya la máxima “de acuerdo a su habilidad, de acuerdo a su necesidad”; si bien se criticaba esta medida, las comunas generaban mucho más que antes de ser colectivizadas. Comienza entonces una guerra civil, donde los fascistas liderados por Francisco Franco exterminan todo afán anarquista, ayudados en parte por los estalinistas, que veían con malos ojos esta revolución.

Uno de los ejemplos más recientes lo encontramos en la región de Chiapas, al sureste de México, donde el EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional), integrado por indígenas y trabajadores de la zona, mantienen el completo control de su localidad y viven de la producción comunitaria, a pesar de las insistentes campañas armadas del ejército nacional, que desde 1994 ha querido dominar a los “insurgentes”.

Tras esta sucinta reseña histórica y alusión al objetivo del movimiento, es comprensible que se encuentre tan difundida la caricatura del terrorista ácrata. Las instituciones autoritarias, como el Estado y la Iglesia, que obtienen beneficio de la desigualdad y la coerción, utilizan cualquier medio para presentar la anarquía como el caos y destrucción irracional. La historia muestra cómo en los últimos 100 años el anarquismo ha sido el movimiento que con mayor solidez argumentativa (y también pasión) se ha enfrentado a los poderosos y no se ha dejado amedrentar por los gobiernos, de los cuales somos simples pupilos y que nos han educado en el temor, el egoísmo y el conformismo.

Por eso es que se encuentra tan arraigada en la mente del ciudadano medio que la anarquía resulta impensable y es sinónimo de caos: es eso, exactamente, lo que las instituciones autoritarias quieren que pensemos.

Existen muchas líneas de pensamiento anarquista, las cuales difieren respecto a la forma de organizar la nueva sociedad, pero tienen el común en que el bien propio sólo se realiza si existe el bien común, que la organización debe asentarse en la transversalidad de las relaciones, con fuerte arraigo en las organizaciones sociales, y que no debe existir una institución que decida por nosotros, que dirija nuestra propia vida.

No hay nada violento ni complicado en el anarquismo: es una forma sencilla de vivir, de alcanzar la felicidad y la expresión máxima de la libertad. La idea de que cada persona se dirija así misma constituye un ideal puro, básico y, en cierta forma una subversión a los estándares actuales, ya que impide la manipulación de otros, llámese Estado, empresa o sistema económico.

La lucha contra estos medios de control es lo que nos hace anarquistas, y no, como quiere representarse en la actualidad, el encapuchado que arremete contra la policía y produce destrozos o protagoniza acciones vandálicas. Si bien dentro de la acción directa se considera legítima la lucha callejera, existen miles de personas que organizadamente proponen nuevas ideas de participación, demostrando así que el sistema no sirve e impide vivir plenamente. La violencia que se observa a veces en las protestas, cuando no es fruto del trabajo de provocadores o infiltrados, no pasa de ser una reacción ante la represión que vivimos día a día. ¿Acaso ahora mismo no vivimos en caos? Millones de personas sin trabajo o con sueldos miserables, que mueren de hambre, mientras se malgastan recursos de la comunidad y se contamina nuestro medio ambiente, todo ello en beneficio de un pequeño grupo, los dueños de las autopistas, de las industrias, de los bancos, del gran capital. Esto inevitablemente nos está consumiendo y precisamente es la causa del desorden en el que vivimos.

Para terminar, quiero dejar en claro que el movimiento anarquista se basa en el respeto de las libertades y el ejercicio de éstas en un plano de igualdad con todos/as los demás y anteponiendo la solidaridad a cualquier otro beneficio. La violencia suscitada en los últimos meses no es parte del ideario anarquista (para nosotros las personas nacen buenas y nobles, es el sistema y la religión los que las pervierten); es mas bien manifestación del descontento ciudadano ante la infelicidad que viven diariamente, ante la violencia enmascarada del sistema.

Ésta, es parte del ciclo de violencia que comienza y termina en el Estado y el bien privado. Para extinguirla es necesaria que se construya una situación política-social que asegure la libertad de las personas, la transversalidad en la toma de decisiones, la participación ciudadana, la solidaridad.

“Nuestra única derrota es no seguir luchando”.

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